Todas las profesiones tienen momentos buenos y malos. Y las personas que las ejercemos procuramos disfrutar de los momentos buenos y pasar lo menos mal posible los malos. A la larga, todos nos acoplamos a nuestros trabajos. Cuando comparamos nuestra profesión con la de los demás parece que tendemos a comparar las partes malas de la nuestra con las buenas de los demás: "yo tengo menos vacaciones que tú", "mi trabajo tiene más responsabilidad que el tuyo", "gano menos dinero que tú" y así una larga serie de comparaciones. Pocas veces oímos enfrentadas las partes buenas de nuestra ocupación con las partes malas de las de los demás; algo como "tengo las tardes libres y tú tienes horario partido", "puedo tomarme unos días libres cuando lo necesite y tú no" o bien "tengo un viaje de trabajo y me quedaré unos días viendo la ciudad; tú siempre trabajas en el mismo sitio".
Generalmente las condiciones de trabajo están equilibradas, lo que se gana en un aspecto se pierde por otro; al menos, en la cultura occidental a la que pertenezco. Hay personas que prefieren ganar menos dinero para disponer de más tiempo libre; hay momentos de la vida en que se prefiere trabajar mucho tiempo y con intensidad para alcanzar ciertos objetivos profesionales o personales. Las circunstancias cambian y nosotros con ellas. Se me ocurren dos excepciones a lo que acabo de exponer: personas adictas al trabajo que trabajan mucho más tiempo que el que deberían para mantener la salud y personas sometidas a explotación laboral, situación denunciable en cualquier cultura que se considere civilizada. La adicción al trabajo es una enfermedad personal y la explotación laboral una enfermedad social, por lo que mantengo la idea de que en una sociedad saludable los trabajos equilibran las condiciones buenas con las malas.
Cada puesto de trabajo requiere unas condiciones diferentes y es muy difícil entender todas las particularidades de cada uno sin un profundo conocimiento de cómo se desempeña. Incluso la misma profesión ejercida en centros distintos da lugar a diferentes condiciones.
Algunas personas tienen la suerte de poder elegir su profesión o incluso cómo ejercerla. En ese caso, elegirán las condiciones que mejor se acomoden a sus necesidades del momento y a sus aspiraciones vitales. Como todos somos diferentes, las condiciones que a unos nos pueden parecer muy malas, a otros les pueden parecer aceptables y viceversa. Es corriente oír cómo las personas y sus trabajos se van adaptando poco a poco hasta encontrar un punto de equilibrio; nos suele parecer normal ese modo de actuación, aunque no siempre entendamos o compartamos el porqué de las decisiones concretas.
Pretendo ofrecer mi punto de vista personal sobre los horarios de los profesores de secundaria en España basándome en mi experiencia personal y en los testimonios de otros compañeros también profesores. Lo hago precisamente en un momento en que es una cuestión de actualidad y se pueden leer diversas opiniones al respecto. No haré ninguna comparación con otras profesiones debido a las razones que acabo de exponer, pero sí espero de quienes lean esta opinión que usen su propia experiencia vital para percibir las diferencias y similitudes entre los diferentes trabajos.
He ejercido como profesor de secundaria casi toda mi vida laboral, tanto en centros privados como públicos, pero también he pasado por otras dos ocupaciones diferentes; las dos veces volví a la ocupación de profesor. Tengo claro que es la profesión en la que más a gusto me encuentro y por tanto siento bien equilibrados los momentos buenos y los malos de que hablaba al principio.
Nunca me he quejado de mi sueldo (ni siquiera cuando me lo han bajado), aunque creo que podría haber ganado más en otros sitios. Nunca me he quejado de tener malos alumnos, forma parte de las condiciones de la profesión. Nunca me he quejado de la falta de perspectivas profesionales, es otra de las condiciones inherentes de ser profesor. Nunca me he quejado cuando he tenido alguna jornada muy larga (lo explico después) porque son necesarias. Pero no me da ningún reparo decir que no renuncio a las partes buenas de mi trabajo, ya que son estas las que contrapongo a las malas y a mí me equilibran profesionalmente. Estoy absolutamente seguro de que hay personas que no encontrarían suficientemente buenas las partes buenas como para equilibrar los malos momentos y por tanto no querrían dedicarse a ser profesores de secundaria, del mismo modo que yo no querría ejercer algunas otras profesiones.
Nuestro horario se rige ahora mismo por la Orden de 29 de junio de 1994 del Ministerio de Educación y Ciencia, que establece que nuestro horario semanal es de 37,5 horas semanales (como cualquier otro funcionario), de las que 25 son de permanencia en el centro y deber estar establecidas en nuestro horario individual, 5 horas son de permanencia en el centro pero no están fijadas en el horario individual (ya que corresponden a actividades generales como reuniones de profesores y recreos de alumnos) y 7,5 son de libre disposición. Si, por empezar por algún sitio, consideramos que durante la semana se trabajan cinco días, obtenemos la siguiente carga de trabajo media diaria: cinco horas para dar clase y algunas reuniones de periodicidad semanal, una hora de recreos de alumnos y otras reuniones no periódicas y una hora y media para preparar las clases y mejorar la formación personal. En total 7,5 horas diarias. Es solo una primera aproximación para dar una idea general del horario a las personas que no estén familiarizadas con él. A mí me parece una distribución bastante justa y equilibrada que tiene en cuenta las distintas fases de nuestro trabajo.
Lo que el horario general no puede reflejar, porque es imposible, es la gran diversidad en la distribución de las tareas a lo largo del curso. Hay días de mucho trabajo y días de poco trabajo. Hay días difíciles y días fáciles. Hay que entender las condiciones que marca la ley como una media aproximada de los diferentes tipos de días que se van presentando, nunca como un rígido corsé al que ajustar ni cada día ni siquiera cada semana. No conozco a un solo profesor que deje de trabajar un día porque haya llegado a 7,5 horas, ni porque una semana haya cumplido ya 37,5: si hay que trabajar más tiempo para sacar adelante las tareas, se trabaja más, nadie se plantea siquiera no hacerlo. Por eso me parece absurdo pretender que, con todas las responsabilidades al día, se obligue a alguien a permanecer en el centro sin hacer nada en especial o se le cuenten las horas que pasa en su casa dedicado a tareas profesionales. Sencillamente, los centros de enseñanza no funcionan así; las obligaciones van cambiando a lo largo del curso, a veces hace falta más esfuerzo y a veces hace falta menos.
Las horas lectivas (o, como las llamamos nosotros simplemente, las "clases") son sin duda lo más importante de todo, es donde se establece la relación principal entre alumnado y profesorado. La mayoría son intensas: hay que desarrollar un temario (casi siempre exigente), hay que controlar el comportamiento del alumnado (algunas veces es casi imposible) y, sobre todo, hay que emocionar a los estudiantes para que sientan la belleza de la asignatura y se convenzan de la necesidad de estudiarla. Hacer todo eso a la vez es complicado intelectualmente y agotador físicamente, por eso los profesores contamos tanto las horas lectivas a la semana. También hay clases sencillas y relajadas: cuando el alumnado se comporta bien y está haciendo un examen la hora es muy fácil de llevar e incluso a veces se puede aprovechar el tiempo para hacer otra actividad a la vez, como corregir exámenes.
Las horas en las que cubrimos las faltas de otros compañeros se llaman "guardias". Como mínimo hay que revisar el instituto y ayudar a mantener el orden en los pasillos. Lo peor que puede ocurrir es tener que entrar en un aula con alumnos a los que no se conoce; y es especialmente malo cuando se portan mal y no quieren trabajar, porque hay que insistirles pero al no ser su profesor no se tiene ascendencia moral sobre ellos. Muy pocas veces, pero puede ocurrir, hay que llevar a algún alumno a que le atiendan médicamente, con la responsabilidad que eso supone. Pero también hay guardias muy tranquilas en las que no hay que cubrir ninguna falta y se pasa casi toda la hora en una sala, disponible por si ocurriera algo.
Las diferentes reuniones son un trabajo muy cómodo. Se producen entre adultos (profesores, directivos, padres,...) y aunque se pueden tratar asuntos conflictivos en los que quizá las opiniones no coincidan, transcurren con el buen tono general que se supone entre personas bien educadas. Algunas reuniones pueden parecernos aburridas o innecesarias, normalmente porque el trabajo que se pida sea burocrático o se vea como inútil, pero eso no las hace difíciles de llevar.
La preparación de clases es un asunto muy personal, cada uno prefiere hacerlo de un modo distinto a los demás. Yo prefiero hacerlo en casa, con tranquilidad, donde dispongo de todos mis libros y apuntes de cursos anteriores, de los documentos que mantengo en mi ordenador y de la conexión a Internet que necesito; estoy cómodo y puedo distribuir el tiempo como quiera. En el instituto apenas puedo preparar nada: por un lado, porque estoy cansado de las clases y no me concentro bien porque entra y sale gente de las salas de trabajo muy a menudo; por otro lado, porque no se dispone siempre de un ordenador en condiciones, ya que hay pocos y se comparten. Una de las cosas que creo que diferencian las casas en las que vive un profesor o buen estudiante de las casas en las que no vive ninguno (generalizando un poco) es la presencia o no de una zona dedidada específicamente a trabajar. Llámese despacho, estudio o simplemente mesa, en las casas de mis compañeros y en la mía propia siempre encuentro una zona con esas características; es un requerimiento de esta profesión, prueba irrefutable de la necesidad de pasar bastante tiempo en casa dedicado al trabajo.
El tiempo necesario para la preparación de clases es muy variable: cuando se da una asignatura nueva, incluso de la especialidad propia, se tarda mucho; cuando se cambia de libro de texto también se tarda, aunque no tanto; cuando se repite asignatura que ya se ha impartido, el tiempo es menor, aunque nunca llega a ser nulo porque siempre hay que realizar algún cambio para acomodarse a los nuevos grupos o buscar nuevos recursos. Cuando se comienza en la profesión se utiliza más tiempo que cuando se tienen años de experiencia: se han desarrollado más temarios, se ha preparado más material y por tanto se es más productivo. Los primeros cursos son muy difíciles; recuerdo una conversación con una compañera que impartía seis niveles diferentes en los cursos más altos de secundaria, cuatro de su especialidad y dos de una asignatura afín: me confesaba que apenas tenía tiempo para nada, se pasaba las tardes y los fines de semana enteros trabajando.
Distingo a lo largo de un año cuatro tipos de días en mi trabajo que llamaré, para facilitar su explicación, normales, intensos, tranquilos y de vacación.
Un día normal imparto, por ley, entre dos y cinco clases y el resto del tiempo tengo un número variable de guardias y reuniones. El tiempo de permanecia en el centro puede ser de entre cuatro y siete horas. Cuando estoy menos horas, llego menos cansado a casa y puedo trabajar más; cuando estoy muchas horas en el centro, llego cansado y procuro no trabajar más, si no tengo algo urgente que preparar. Por contra, cuando trabajaba en la enseñanza privada, como mínimo daba cinco clases diarias, había días de seis y alguna vez llegué a dar siete clases. Quedaba tan cansado que solo me explico ahora cómo lo aguantaba pensando que era más joven y tenía más energía. Ahora me sería muy difícil afrontar tanta carga lectiva y si lo tuviera que hacer creo que se resentiría mucho el entusiasmo, ese factor que considero tan importante en clase.
Los días intensos son sin duda los más difíciles de todos. Además de todo el trabajo de un día normal, hay que añadir las reuniones adicionales que hay que tener para evaluar a los alumnos, lo que llamamos las "reuniones de evaluación". Estas reuniones se hacen por la tarde si las clases son por la mañana y por la mañana si las clases son por la tarde. Son tantas como grupos se impartan, por lo que puede haber entre cuatro y ocho generalmente. Se distribuyen en dos o tres días y lo normal es que quede algún hueco entre aquellas a las que hay que asistir. A veces se colocan tan cerca de la hora de finalización de las clases que apenas hay tiempo para comer. Los días de las evaluaciones se permanece casi todo el día en el centro, con esa sensación de salir de noche de casa a trabajar y volver también de noche a dormir. Cuando los alumnos están siendo evaluados, las clases continúan, por lo que hay que seguir preparándolas igual. Esos días solo se vive para trabajar, se hacen muchas más de 7,5 horas, quizá diez o doce, pero solo hay un máximo de nueve días así en todo el curso. Se asumen y se sacan adelante.
No incluyo dentro de la categoría de día intenso a los días en que hay que corregir los exámenes de evaluación y poner las notas, ya que estas actividades las realizo en casa y por tanto estoy más descansado; los exámenes suelen acabar algo escalonados y para poner las notas uso una hoja de cálculo, lo que ahorra mucho tiempo. Solamente el primer curso que impartí (hace casi tres décadas) no disponía de ordenador (el primero lo compré con la paga extra de ese verano) y recuerdo que pasé la noche sin dormir para poder llevar todos los exámenes corregidos y las medias calculadas. Las cosas no son ya tan difíciles.
Lo que llamo días tranquilos son aquellos en los que no hay clases; corresponden a los primeros días de septiembre y los últimos de junio. Nuestra actividad diaria cambia drásticamente. Al no haber clases, estamos mucho más relajados mentalmente. En septiembre hacemos exámenes de recuperación, los corregimos, tenemos sesiones de evaluación y preparamos los documentos para el nuevo curso. En junio tenemos las importantes sesiones de evaluación final y preparamos las memorias del curso. Todo aderezado con más reuniones de otros tipos. Siempre trabajando entre adultos, sin agobios. Como se está más relajado, es un buen momento para poner orden en las salas de trabajo y hacer los cambios globales que hagan falta. Esos días es muy difícil que se llegue a trabajar las 7,5 horas diarias, en menos tiempo está todo hecho. Para mí son una magnífica transición entre los días normales y los de vacaciones. En esta profesión no hay un cambio brusco entre trabajo y vacaciones, gracias a estos días tranquilos que los separan.
Las vacaciones son el mejor elemento de la configuración laboral de los profesores de secundaria. El mes de julio estamos "disponibles", lo que en la práctica significa de vacaciones. Simplemente hay que estar atento por si hubiera que aclarar alguna reclamación de junio o cerrar algún fleco, cosas que casi nunca ocurren. Cuando hay tribunales de oposición, el sorteo puede depararnos formar parte de uno, pero a mí nunca me ha pasado. El hecho de pasar el mes de julio en situación de disponible es la causa de que el sueldo de los profesores de secundaria sea menor que el de cualquier otro funcionario de la misma formación académica; este es uno de los hechos que hacen que las condiciones laborales estén equilibradas. El mes de agosto es el de vacaciones completas.
Dos meses es mucho tiempo y cada profesor lo usa como le parece. Muchos dedican parte de este tiempo a mejorar su formación, cosa que es más difícil de hacer durante los días normales; otros preparan nuevos materiales para las clases; algún año, simplemente descansan. Recuerdo un año en que preparé el material docente completo de tres niveles durante un verano (entonces la matemática se explicaba con demostraciones), conservo ese material y quiza algún día lo deje en mi web; otros veranos los he dedicado a escribir el material para las clases de TIC, que está disponible en la web. En lo que estamos todos de acuerdo es que los dos meses sirven para liberar la tensión nerviosa que se va acumulando los días normales; al volver de vacaciones se afronta un nuevo curso con la ilusión y energía otra vez al máximo, se nos nota a todos en la cara. Muchos coincidimos en pensar que sin esos dos meses sería muy difícil aguantar en buenas condiciones mentales el curso entero.
Los dos meses de vacaciones no es el único tiempo así de que disponemos, también están las vacaciones de invierno y las de solsticio de primavera. Existen porque los alumnos necesitan descansar y no tienen clases. Es un convenio de nuestra sociedad pensado para favorecer el desarrollo del alumnado; que el profesorado disfrute también de vacaciones es una consecuencia indirecta. Pero también es cierto que algún tiempo de libre disposición de que se dispone como parte del horario se utiliza durante estas vacaciones para corregir exámenes, preparar material y mejorar la formación.
Tras esta exposición, que es personal y puede variar según cada profesor en concreto, espero que se esté de acuerdo en que para juzgar el horario de un profesor de secundaria no se puede usar un solo parámetro, sino que hay que verlo en su conjunto y que la legislación lo que prevé es una dedicación media a lo largo del curso, no una jornada laboral de horarios estrictos, ya que esta profesión pasa por diferentes fases a lo largo de un curso.